Cuento de Edgardo Soler Drago: "Jessica Miller"
¡Estimados amigos! Los dejo con un cuento de nuestro compañero Edgardo Soler Drago, pleno de lingerie, erotismo y aventuras en Bogotá.
Jessica
Miller
“Yo,
que en otro tiempo modulé cantares al son de leve avena…”
Virgilio, La Eneida
Así que voy caminando por la
19, ya sabe cómo es: polvo y los andenes hay veces grandes y otras llenos de
gente con cacharro. Sí hermano… entonces empanadita de 600 con doña Panchita,
gaseosa y otra empanada para redondear y que nos dejara todo en 2.000. Pero
doña Panchita no. Son como las 12, está haciendo sol y está ese humo
alborotado, ni para qué miro pa’rriba. Me queda plata para el almuerzo pero subo
hasta la Séptima
y en Daniel y sus frutas me tomo un
jugo de lulo, 2 lucas él solito, lo mismo que todo el otro bufet. Ya ve, la
diferencia es que con doña Panochita toca pescar el ají y espantar los gamines,
mientras que el jugo de lulo es calidad, sentado y mirándose en el espejo; hasta
leer la prensa si uno se avispa.
Cigarro de postre y listos a llenar
el bolso de libros. Hoy voy por el de Tatiana de los Ríos que vi el otro día,
en donde la cucha del Mono, 18 con Octava. “¿Cómo que se lo llevaron? Y quién
habrá sido el perro…” le dije a la
Monacha y ella subió los hombros. Igual me sacó uno de Lina
Marulanda, edición de 1999 de Touché, lomo firme, portada semi-dura, papel de
lujo, fotos a color y a blanco y negro. Tiene la foto, ¡la Foto papá!, en la página 18, en
donde tiene los brazos en alto y el vestido de baño azul. ¡Esa es la foto! Yo
ya la había visto en una revista, una Shock que tiene a Catalina Aristizábal
vestida con medias veladas rojas y ligueros y corsé, ¡maacita! ¿No le gusta esa
nena, en serio? ¿No llenan la mano esas teticas? ¡Mucho maricón!
Sigo pues y me encarrilo por la Once para caer en la 22. Par bataclanas
por aquí, par por allá, una como de 50 años más magullada y otra bien riqui de
unos 16. Ojitos rasgados, pelo brillante, boca cual manzana. Casi me da por
gastarme lo de los libros echándole una calibrada; pero no. Llego hasta la
recicladora y allá está Marinita rasgue que rasgue, con el overol y esas manos
de man. En el piso Luna y Juan, pulgosos, tosiendo papel. “Ahí me llegó lo último
de Bésame, Soler”, me dice, “No jodás…” y me pongo que me reviento, “deje ver”
y me los pasa, dos libros que ni Shakespeare: Erika Botero en 20 x 20, pasta
dura, guardas resistentes y decoraditas con corazones; Carolina Cruz empiyamada
y Lina Posada haciendo monerías casi empelota. ¿Usted sí los pilló, no? Pues Marina
casi no los suelta… “Que no, Soler, eso es material de colección. Me está
regateando más que por esa edición de Manuela
que le conseguí el otro día.” Sí, Marina tenía razón, pero es que a Manuela
no se le ven los calzones.
Al fin me los llevo, qué más
da, todavía queda para Sin remedio. Ojalá
que el man de Merlín me lo tenga guardadito. Ahhh, pero entonces fue cuando
subí por la 22 y caí en la Décima
otra vez, eso parece el lomo de un mico con todo el pulguero alborotado, mire
cómo tengo los ojos de rojos. Todo por esa mierda de humo al gangazo, esos
buses vomitan y vomitan. ¿No le pasa? ¿No le da asco caminar por esas calles podridas?
A mí sí, pero ni eso me detiene a empujarme otra empanada, una de 500 y más
barrigona. Salsita rosada, ají y siga mijo, cuando me encuentro con el lugar,
hermano: el Lugar.
Carrera Décima, entre la 22 y
la 23. Whiskería Ying Yang y almuerzo
de 2 lucas a la izquierda –pero yo lleno…-. Accesorios para celular, llamadas Bla Bla Bla y farmacia y residencia con porcelanita
parqueada en la puerta a la derecha. Y la pisca me sonríe. Está menos peor que
la de 50, pero no aguanta como la peladita.
El lugar, La contenta se llama, una chimba. Tienen llamadas, venden medias y
calzones, bombombunes y papas picantes,
sacan fotocopias y muchos libros y revistas. Me pongo a esculcar. Usted sabe
como soy, compa, me gusta ensuciarme las manos, revolcar hasta lo último, en el
fondo, para sentirme un poco bestia, menos gabán y camisa por dentro, con los
codos al borde pero sin subirlos a la mesa. Entonces cuando estoy en un sitio
así, como La contenta, le saco el
sudor que los libros llevan guardados, les saco el mugre con mis manos de tanto
estrujarlos y manosearlos. Ni me importa si se trata de Balzac o los poemas de la Geithner , o de SoHo o
Condorito. Ya entrado en gastos lo que me importa es el papel, mi hermano.
Comienzo a revolcar en las cajas
y empiezan a salir: Touché 94 con Ingrid Wobst, linda ella, dientes de conejita,
cuando no había edición digital y esas nenas lo enseñaban todo. En esa época
todavía traían el arbusto…¿Guache? ¡Pero si esa me la enseñó usted, güevón!
Ellipse 99, formato grande, portada plastificada, Ángela Vélez… pecosita
misteriosa, mire cómo nos mira, tome… Melisa Giraldo, St. Even, diagramación de
lujo, niña hermosa, ojos miel y qué tetotas, ¿no le gustaría poner un bebecito
allí dentro, parce? A mí sí.
Y sigo revolcando. En la misma
caja está la Reppublica
di donna, italiana, con Monica Belluci en la portada. Menos mal soy bien leído
y sé lo que dice ahí: Non ho sonno… ahhh, si no sabe cómo decirlo, aprenda cómo
cantarlo: ¡Nonosooonnnooo! Luego Catalina Gómez, Ellipse 2000, eso sí está que
se explota de lo rico, ¡maaazota! Y ese libro tiene poesía. Lea pues:
Cuerpos Celestes que provocan sensaciones,
inspiran terciopelo vestido de ilusiones.
Provocan los secretos al aire sutil galante,
impulsos de palabras a un cuerpo alucinante.
(Anónimo,
Ellipse, Medellín, 1999)
¡Maestros!
Otra revista, esta francesa
“Les inrockuptibles”. Sí, francés también, yo le dije que soy leído, no como
usted pendejo, jajjaa. Bueno, no es que yo sepa pero me gusta ver las letricas.
Pille, an article interesant sur Martin Scorsese…
Comment?? Fresco
bacán, un día le enseño. Pero lo mejor falta aún: Margarita Corrales para
Formit Rogers. Esa nena sí es de grandes ligas, cuerpo pa’ repartirle a tres, sus
29 años y es como si uno se enamorara de la hermana mayor, pero mejor, porque
no es, sino como la mamá del mejor amigo y que en vez de regañarlo a uno le
dice: “¿Quiere limonadita, Edgardito? También tengo empanaditas.” Margarita, mi
amor, yo me como todas las empanaditas que tú quieras.
Y en el fondo fondo de la caja
“Journey to the end of the night”. Yo lo leí en español alguna vez, pero el
original es francés. Lo llevo buscando años y en las librerías “serias” no me
quieren porque saben que me les robo los libros. ¿Por qué no los pago? Porque
no me da la gana, total a esa gente le resbala. Es de Céline, compadre. Una
putería. Tiene que leerlo. Un loco, Bardamu, puteando a todos por todo, como
yo. Y también le llega a uno al pecho, cómo le dijera...
Me hicieron el paquete, diez
lucas en total y sale. Y la nena, encima de todas esas bellezas puso la revista
francesa y me llevé la italiana para cantarla aunque todavía no entienda. Y
encima encima la “Journey”, al menos así la voy coleccionando mientras el man
de Merlín me consigue la de verdad.
Ya estoy de salida y la pelada
de La contenta me coge la mano y me mira
fijo. Yo hasta me asusté. “¿Le gustan los libros?” me dice y yo “Sí, sí…”.
“Venga”. Y me lleva para atrás, en donde huele a humedad y a papel añejo,
amarillento. Abre una puerta de latón café y enciende la luz. La cierra detrás
de mí y me dice que va a seguir atendiendo el bisnes. El sitio está impecable,
alfombra roja, lamparita verde y una biblioteca que rodea la sala de 4 x 4. Ya
no huele a berrinche, sino a puro papel antiguo, a pergaminos, a cuero forrado.
¿Usted se ha visto Mulholland Drive? ¿Se acuerda de esa sala en donde está el
viejito de la silla de ruedas que a uno le da miedo? Pues era igual pero con
una biblioteca bien surtida y un sofá de cuero negro en el centro. Mejor dicho,
una elegancia.
Yo me dije, esto tiene que ser
un sueño, cómo va a haber un chuzo así en esta zona tan maluca. Pero me acordé
de casas de amigos que parecían ratoneras por fuera y resultaban cuquitas por
dentro. Sí, como ese man, el de la
Soledad. ¿Sí o sí? ¿Pues por qué no…? Y comienzo a revisar la
biblioteca:
Cine, cine a la lata. Bergman, Bresson,
Tarkovski, todos esos locos que alguna vez conocí en la Cinemateca y me los
dormí enteritos cuando hice par semestres allí en la Central. Igual los dan
en la Virgilio
los viernes. Como a usted le da enchonche… Yo sí, mijo, cuando no tengo ningún
caso entre manos, pego para allá con Elena o con Elina o con las dos, mediecita
de güaro y a soñar. Con esos manes no hay pierde pa’ un buen foco. Y si despega
la pestaña, aparece la muerte jugando ajedrez o un señor con una vela calladito
cruzando una piscina. Un día lo llevo.
Hay Kinetoscopios viejísimas;
Interfilms, de las que sólo traen antenas en la portada; Tv y novelas; Alós;
Cromos; y así… hasta que llego a más libros: Claudia Perlwitz en Chamela,
encuadernado a la antigua y autografiado; Juan
Salvador Gaviota en edición pirata pero bonita; las obras completas de
Borges en esa edición verde que parece pirata pero no es; ¿si me gusta? pues si
le soy legal, sólo leí un par de nombres rarísimos, Gordis, Tetius... Ya para
esos días andaba empeñando hasta la pecueca... ¡qué cabeza iba a tener! El lama negro, de la colección Tam-Tam
(“aventuras insólitas, desenlaces inesperados, acción y violencia… esto es:
Tam-Tam”, pulidísimo); Luisa Fernanda Rodríguez en la colección de St. Even del
2001; todos los tomos de la
Enciclopedia pulga (“una síntesis viva y palpitante
de cuanto se ha venido en llamar la
Cultura ”); y una edición del Fausto con portada roja engamuzada, pa’ usted que se cree el
diablo.
Cuando termino, arrecho de la emoción,
aparece una joven, mire que hasta me da pena decirle de otra forma, pero es que
es angelical. “Jessica” me dice con una voz como de la Gaviota o de Luly Bosa... y
sonríe. No le miento, hermano, es idéntica a Jessica Miller, la que vi en
internet, con esos ojos azules y esa nariz y la piel… “Ven” dice suavecito. Yo
me digo, ¡uy!, es una puta y vamos a medir el aceite. La cojo de la mano y la
sigo por un pasillo de paredes negras y alfombra púrpura. Entramos a una
habitación y es del tipo cabina, de las que abundan por esos lares para pecar y
relajarse un rato.
“Bueno Jessica, y qué vamos a
hacer”, le digo picarón. Me pone el dedo en la boca dulzito y huele a durazno,
a recién bañada. Me toca callarme, qué más. Claro que estoy fogoso y me imagino
que va a poner alguna de Daniella Rush o de Asia Carrera. Sería bacano una de
Mario Salieri, pienso yo, total ahora que estoy cantando italiano, qué mejor
que escuchar aullar a Karen Lancaume. Que sí, era francesa, pero le doblaban la
voz. No, no me gustan ni las monas ni las gringas. ¡¿Qué?! ¿Asia Carrera es
gringa? No sea pendejo, pille el nombre y los ojos. No le va a enseñar a su
papá a hacer hijos…
En fin, que Jessica se para de
la silla, prende el televisor y voltea despacio, me mira como si me quisiera y
me dice, con una voz elegante y sensual, como toda una poeta, “¿quieres un
trago?”. “Whisky”, digo. Bebemos, me sabe a Vat 69, ojalá sea ese. ¿Sí lo ha
probado? Entonces empieza la película y yo me voy preparando para meterle mano
a doña Jessica y se la pongo en la pierna y le rozo la seda de las medias
veladas negras, le rozo los bordes de la falda ceñida y cuando empiezo a
deslizar los dedos me para con sus manos, pero lo hace con cariño y me acaricia
y me deja la mano allí, pero no más.
Empieza la película y veo luces
de ambulancia y se escucha un blues, estilizada, de pronto ni rojito sino soft…
¡pereza! O de pronto entrepierne del bueno, erótico y no gritón, pero ni raja
ni limonada.
Empieza la película: “La noche
comenzó con un bang: un disparo al pecho en venta de drogas arruinada. Calor,
humedad, luz de luna; todos los elementos en su sitio para un largo fin de
semana.” Es Nicolas Cage, bendito el cristiano y me quedo frío. Me caliento con
un traguito y Jessica me da un besito en el cuello. Ya hasta me encariño con su
ternura.
Pasan dos horas y es la enésima
vez que la repito, esa película. Si hasta me la sé en inglés, aunque no sepa
bien. ¿Se acuerda que la vimos? Ahh, pero usted se quedó dormido, piltrafa. A
mí, con Jessica al lado, con ese calorcito, qué sueño me iba a dar. Con eso
nunca me da sueño, además, si es una película perfecta. Sí, que no tiene
argumento, sino las noches de un paramédico, pero es que hay que aprender a
verla. Tiene hilos secretos que no están al aire sino que se deben descubrir.
Incluso tiene su lemotif, “everything just shines”, todo brilla. Yo soy leído,
hermano… Está bien, eso de limotiv y lo otro y todo lo demás me lo dijo ella
esa tarde. ¿Qué qué pasó después? Pues Jessica me comienza a hablar. Apaga el
televisor, prende un par de velas y sirve más whisky –y sí, es Vat 69-. Es
hermosa. En serio, es Jessica Miller. Increíble que esas cosas pasen, ¿no cree?
Y me habla, pausado, con un
cigarrillo encendido, los ojos le brillan, el pelo y todo el cuerpo le huelen a
aromática de fresa con yerbabuena o al perfume de la Farfán en sus mejores
rachas, usted sabe porque nos la rotábamos. Voltea su rostro hacia mí y me mira
tan fijo que me tiembla la piernita, me habla y no escucho ni la ciudad ni los putos
buses, sólo la escucho a ella:
“Soler, tienes que
mantener el cuerpo andando, mientras el corazón y el cerebro se recuperan para
andar por sí mismos. Lo dice Frank. Te lo digo a ti: Soler, tienes que mantener
el cuerpo andando, porque esta ciudad puede matarte si no eres lo bastante
fuerte.”
¿Bacano, no? Ella me
dijo más, pero ya nos toca irnos a camellar, acuérdese que tenemos el caso de
San José de Bavaria, los caníbales de Los Morcillos... Entonces nos acabamos el
vaso, ya tengo la barriga como un horno y me coge de la mano, me lleva por el
pasillo de alfombra morada, me pasa mi maleta llena de libros y me regala Sin remedio y el libro de Tatiana de los
Ríos que me habían “usurpado traidoramente”. Me da un pico en la mejilla y me hace
cosquillas en el bigote, muestra otra puerta, atravieso unos pasillos largos
con las paredes a punto de caerse y cuando voy por la mitad empieza a oler a
húmedo otra vez. Camino a tientas y como a los cinco minutos veo al fondo una
puerta de lata verde, vuelta mierda. La abro y termino en un baño. Salgo de
allí y es un burdel de la 18 con Octava, Video
Show. Por algo dicen lo de los túneles del centro. Yo conozco ese burdel,
pista de baile, sillines blancos, tres pantallas con porno distinto en cada una
y show cada quince; allí una vez estuve pesándome con una pereirana. Y ya
encarrerado el ratón, me digo, la pregunto, nos echamos unos whiskys, bailamos
salsita y termino el día muy contento con un polvo de reyes.
E. Soler Drago
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