dimanche 17 février 2013

Cuento de Edgardo Soler Drago: "Jessica Miller"

¡Estimados amigos! Los dejo con un cuento de nuestro compañero Edgardo Soler Drago, pleno de lingerie, erotismo y aventuras en Bogotá.




Jessica Miller
“Yo, que en otro tiempo modulé cantares al son de leve avena…”
Virgilio, La Eneida

Así que voy caminando por la 19, ya sabe cómo es: polvo y los andenes hay veces grandes y otras llenos de gente con cacharro. Sí hermano… entonces empanadita de 600 con doña Panchita, gaseosa y otra empanada para redondear y que nos dejara todo en 2.000. Pero doña Panchita no. Son como las 12, está haciendo sol y está ese humo alborotado, ni para qué miro pa’rriba. Me queda plata para el almuerzo pero subo hasta la Séptima y en Daniel y sus frutas me tomo un jugo de lulo, 2 lucas él solito, lo mismo que todo el otro bufet. Ya ve, la diferencia es que con doña Panochita toca pescar el ají y espantar los gamines, mientras que el jugo de lulo es calidad, sentado y mirándose en el espejo; hasta leer la prensa si uno se avispa.

Cigarro de postre y listos a llenar el bolso de libros. Hoy voy por el de Tatiana de los Ríos que vi el otro día, en donde la cucha del Mono, 18 con Octava. “¿Cómo que se lo llevaron? Y quién habrá sido el perro…” le dije a la Monacha y ella subió los hombros. Igual me sacó uno de Lina Marulanda, edición de 1999 de Touché, lomo firme, portada semi-dura, papel de lujo, fotos a color y a blanco y negro. Tiene la foto, ¡la Foto papá!, en la página 18, en donde tiene los brazos en alto y el vestido de baño azul. ¡Esa es la foto! Yo ya la había visto en una revista, una Shock que tiene a Catalina Aristizábal vestida con medias veladas rojas y ligueros y corsé, ¡maacita! ¿No le gusta esa nena, en serio? ¿No llenan la mano esas teticas? ¡Mucho maricón!

Sigo pues y me encarrilo por la Once para caer en la 22. Par bataclanas por aquí, par por allá, una como de 50 años más magullada y otra bien riqui de unos 16. Ojitos rasgados, pelo brillante, boca cual manzana. Casi me da por gastarme lo de los libros echándole una calibrada; pero no. Llego hasta la recicladora y allá está Marinita rasgue que rasgue, con el overol y esas manos de man. En el piso Luna y Juan, pulgosos, tosiendo papel. “Ahí me llegó lo último de Bésame, Soler”, me dice, “No jodás…” y me pongo que me reviento, “deje ver” y me los pasa, dos libros que ni Shakespeare: Erika Botero en 20 x 20, pasta dura, guardas resistentes y decoraditas con corazones; Carolina Cruz empiyamada y Lina Posada haciendo monerías casi empelota. ¿Usted sí los pilló, no? Pues Marina casi no los suelta… “Que no, Soler, eso es material de colección. Me está regateando más que por esa edición de Manuela que le conseguí el otro día.” Sí, Marina tenía razón, pero es que a Manuela no se le ven los calzones.

Al fin me los llevo, qué más da, todavía queda para Sin remedio. Ojalá que el man de Merlín me lo tenga guardadito. Ahhh, pero entonces fue cuando subí por la 22 y caí en la Décima otra vez, eso parece el lomo de un mico con todo el pulguero alborotado, mire cómo tengo los ojos de rojos. Todo por esa mierda de humo al gangazo, esos buses vomitan y vomitan. ¿No le pasa? ¿No le da asco caminar por esas calles podridas? A mí sí, pero ni eso me detiene a empujarme otra empanada, una de 500 y más barrigona. Salsita rosada, ají y siga mijo, cuando me encuentro con el lugar, hermano: el Lugar.

Carrera Décima, entre la 22 y la 23. Whiskería Ying Yang y almuerzo de 2 lucas a la izquierda –pero yo lleno…-. Accesorios para celular, llamadas Bla Bla Bla y farmacia y residencia con porcelanita parqueada en la puerta a la derecha. Y la pisca me sonríe. Está menos peor que la de 50, pero no aguanta como la peladita.

El lugar, La contenta se llama, una chimba. Tienen llamadas, venden medias y calzones,  bombombunes y papas picantes, sacan fotocopias y muchos libros y revistas. Me pongo a esculcar. Usted sabe como soy, compa, me gusta ensuciarme las manos, revolcar hasta lo último, en el fondo, para sentirme un poco bestia, menos gabán y camisa por dentro, con los codos al borde pero sin subirlos a la mesa. Entonces cuando estoy en un sitio así, como La contenta, le saco el sudor que los libros llevan guardados, les saco el mugre con mis manos de tanto estrujarlos y manosearlos. Ni me importa si se trata de Balzac o los poemas de la Geithner, o de SoHo o Condorito. Ya entrado en gastos lo que me importa es el papel, mi hermano.

Comienzo a revolcar en las cajas y empiezan a salir: Touché 94 con Ingrid Wobst, linda ella, dientes de conejita, cuando no había edición digital y esas nenas lo enseñaban todo. En esa época todavía traían el arbusto…¿Guache? ¡Pero si esa me la enseñó usted, güevón! Ellipse 99, formato grande, portada plastificada, Ángela Vélez… pecosita misteriosa, mire cómo nos mira, tome… Melisa Giraldo, St. Even, diagramación de lujo, niña hermosa, ojos miel y qué tetotas, ¿no le gustaría poner un bebecito allí dentro, parce? A mí sí.

Y sigo revolcando. En la misma caja está la Reppublica di donna, italiana, con Monica Belluci en la portada. Menos mal soy bien leído y sé lo que dice ahí: Non ho sonno… ahhh, si no sabe cómo decirlo, aprenda cómo cantarlo: ¡Nonosooonnnooo! Luego Catalina Gómez, Ellipse 2000, eso sí está que se explota de lo rico, ¡maaazota! Y ese libro tiene poesía. Lea pues:


               Cuerpos Celestes que provocan sensaciones,
               inspiran terciopelo vestido de ilusiones.
               Provocan los secretos al aire sutil galante,
               impulsos de palabras a un cuerpo alucinante.
              
                                                                    (Anónimo, Ellipse, Medellín, 1999)

¡Maestros!

Otra revista, esta francesa “Les inrockuptibles”. Sí, francés también, yo le dije que soy leído, no como usted pendejo, jajjaa. Bueno, no es que yo sepa pero me gusta ver las letricas. Pille, an article interesant sur Martin Scorsese… Comment?? Fresco bacán, un día le enseño. Pero lo mejor falta aún: Margarita Corrales para Formit Rogers. Esa nena sí es de grandes ligas, cuerpo pa’ repartirle a tres, sus 29 años y es como si uno se enamorara de la hermana mayor, pero mejor, porque no es, sino como la mamá del mejor amigo y que en vez de regañarlo a uno le dice: “¿Quiere limonadita, Edgardito? También tengo empanaditas.” Margarita, mi amor, yo me como todas las empanaditas que tú quieras.

Y en el fondo fondo de la caja “Journey to the end of the night”. Yo lo leí en español alguna vez, pero el original es francés. Lo llevo buscando años y en las librerías “serias” no me quieren porque saben que me les robo los libros. ¿Por qué no los pago? Porque no me da la gana, total a esa gente le resbala. Es de Céline, compadre. Una putería. Tiene que leerlo. Un loco, Bardamu, puteando a todos por todo, como yo. Y también le llega a uno al pecho, cómo le dijera...

Me hicieron el paquete, diez lucas en total y sale. Y la nena, encima de todas esas bellezas puso la revista francesa y me llevé la italiana para cantarla aunque todavía no entienda. Y encima encima la “Journey”, al menos así la voy coleccionando mientras el man de Merlín me consigue la de verdad.

Ya estoy de salida y la pelada de La contenta me coge la mano y me mira fijo. Yo hasta me asusté. “¿Le gustan los libros?” me dice y yo “Sí, sí…”. “Venga”. Y me lleva para atrás, en donde huele a humedad y a papel añejo, amarillento. Abre una puerta de latón café y enciende la luz. La cierra detrás de mí y me dice que va a seguir atendiendo el bisnes. El sitio está impecable, alfombra roja, lamparita verde y una biblioteca que rodea la sala de 4 x 4. Ya no huele a berrinche, sino a puro papel antiguo, a pergaminos, a cuero forrado. ¿Usted se ha visto Mulholland Drive? ¿Se acuerda de esa sala en donde está el viejito de la silla de ruedas que a uno le da miedo? Pues era igual pero con una biblioteca bien surtida y un sofá de cuero negro en el centro. Mejor dicho, una elegancia.

Yo me dije, esto tiene que ser un sueño, cómo va a haber un chuzo así en esta zona tan maluca. Pero me acordé de casas de amigos que parecían ratoneras por fuera y resultaban cuquitas por dentro. Sí, como ese man, el de la Soledad. ¿Sí o sí? ¿Pues por qué no…? Y comienzo a revisar la biblioteca:

Cine, cine a la lata. Bergman, Bresson, Tarkovski, todos esos locos que alguna vez conocí en la Cinemateca y me los dormí enteritos cuando hice par semestres allí en la Central. Igual los dan en la Virgilio los viernes. Como a usted le da enchonche… Yo sí, mijo, cuando no tengo ningún caso entre manos, pego para allá con Elena o con Elina o con las dos, mediecita de güaro y a soñar. Con esos manes no hay pierde pa’ un buen foco. Y si despega la pestaña, aparece la muerte jugando ajedrez o un señor con una vela calladito cruzando una piscina. Un día lo llevo.

Hay Kinetoscopios viejísimas; Interfilms, de las que sólo traen antenas en la portada; Tv y novelas; Alós; Cromos; y así… hasta que llego a más libros: Claudia Perlwitz en Chamela, encuadernado a la antigua y autografiado; Juan Salvador Gaviota en edición pirata pero bonita; las obras completas de Borges en esa edición verde que parece pirata pero no es; ¿si me gusta? pues si le soy legal, sólo leí un par de nombres rarísimos, Gordis, Tetius... Ya para esos días andaba empeñando hasta la pecueca... ¡qué cabeza iba a tener! El lama negro, de la colección Tam-Tam (“aventuras insólitas, desenlaces inesperados, acción y violencia… esto es: Tam-Tam”, pulidísimo); Luisa Fernanda Rodríguez en la colección de St. Even del 2001; todos los tomos de la Enciclopedia pulga (“una síntesis viva y palpitante de cuanto se ha venido en llamar la Cultura”); y una edición del Fausto con portada roja engamuzada, pa’ usted que se cree el diablo.

Cuando termino, arrecho de la emoción, aparece una joven, mire que hasta me da pena decirle de otra forma, pero es que es angelical. “Jessica” me dice con una voz como de la Gaviota o de Luly Bosa... y sonríe. No le miento, hermano, es idéntica a Jessica Miller, la que vi en internet, con esos ojos azules y esa nariz y la piel… “Ven” dice suavecito. Yo me digo, ¡uy!, es una puta y vamos a medir el aceite. La cojo de la mano y la sigo por un pasillo de paredes negras y alfombra púrpura. Entramos a una habitación y es del tipo cabina, de las que abundan por esos lares para pecar y relajarse un rato.

“Bueno Jessica, y qué vamos a hacer”, le digo picarón. Me pone el dedo en la boca dulzito y huele a durazno, a recién bañada. Me toca callarme, qué más. Claro que estoy fogoso y me imagino que va a poner alguna de Daniella Rush o de Asia Carrera. Sería bacano una de Mario Salieri, pienso yo, total ahora que estoy cantando italiano, qué mejor que escuchar aullar a Karen Lancaume. Que sí, era francesa, pero le doblaban la voz. No, no me gustan ni las monas ni las gringas. ¡¿Qué?! ¿Asia Carrera es gringa? No sea pendejo, pille el nombre y los ojos. No le va a enseñar a su papá a hacer hijos…

En fin, que Jessica se para de la silla, prende el televisor y voltea despacio, me mira como si me quisiera y me dice, con una voz elegante y sensual, como toda una poeta, “¿quieres un trago?”. “Whisky”, digo. Bebemos, me sabe a Vat 69, ojalá sea ese. ¿Sí lo ha probado? Entonces empieza la película y yo me voy preparando para meterle mano a doña Jessica y se la pongo en la pierna y le rozo la seda de las medias veladas negras, le rozo los bordes de la falda ceñida y cuando empiezo a deslizar los dedos me para con sus manos, pero lo hace con cariño y me acaricia y me deja la mano allí, pero no más.

Empieza la película y veo luces de ambulancia y se escucha un blues, estilizada, de pronto ni rojito sino soft… ¡pereza! O de pronto entrepierne del bueno, erótico y no gritón, pero ni raja ni limonada.

Empieza la película: “La noche comenzó con un bang: un disparo al pecho en venta de drogas arruinada. Calor, humedad, luz de luna; todos los elementos en su sitio para un largo fin de semana.” Es Nicolas Cage, bendito el cristiano y me quedo frío. Me caliento con un traguito y Jessica me da un besito en el cuello. Ya hasta me encariño con su ternura.

Pasan dos horas y es la enésima vez que la repito, esa película. Si hasta me la sé en inglés, aunque no sepa bien. ¿Se acuerda que la vimos? Ahh, pero usted se quedó dormido, piltrafa. A mí, con Jessica al lado, con ese calorcito, qué sueño me iba a dar. Con eso nunca me da sueño, además, si es una película perfecta. Sí, que no tiene argumento, sino las noches de un paramédico, pero es que hay que aprender a verla. Tiene hilos secretos que no están al aire sino que se deben descubrir. Incluso tiene su lemotif, “everything just shines”, todo brilla. Yo soy leído, hermano… Está bien, eso de limotiv y lo otro y todo lo demás me lo dijo ella esa tarde. ¿Qué qué pasó después? Pues Jessica me comienza a hablar. Apaga el televisor, prende un par de velas y sirve más whisky –y sí, es Vat 69-. Es hermosa. En serio, es Jessica Miller. Increíble que esas cosas pasen, ¿no cree?

Y me habla, pausado, con un cigarrillo encendido, los ojos le brillan, el pelo y todo el cuerpo le huelen a aromática de fresa con yerbabuena o al perfume de la Farfán en sus mejores rachas, usted sabe porque nos la rotábamos. Voltea su rostro hacia mí y me mira tan fijo que me tiembla la piernita, me habla y no escucho ni la ciudad ni los putos buses, sólo la escucho a ella:

“Soler, tienes que mantener el cuerpo andando, mientras el corazón y el cerebro se recuperan para andar por sí mismos. Lo dice Frank. Te lo digo a ti: Soler, tienes que mantener el cuerpo andando, porque esta ciudad puede matarte si no eres lo bastante fuerte.”

¿Bacano, no? Ella me dijo más, pero ya nos toca irnos a camellar, acuérdese que tenemos el caso de San José de Bavaria, los caníbales de Los Morcillos... Entonces nos acabamos el vaso, ya tengo la barriga como un horno y me coge de la mano, me lleva por el pasillo de alfombra morada, me pasa mi maleta llena de libros y me regala Sin remedio y el libro de Tatiana de los Ríos que me habían “usurpado traidoramente”. Me da un pico en la mejilla y me hace cosquillas en el bigote, muestra otra puerta, atravieso unos pasillos largos con las paredes a punto de caerse y cuando voy por la mitad empieza a oler a húmedo otra vez. Camino a tientas y como a los cinco minutos veo al fondo una puerta de lata verde, vuelta mierda. La abro y termino en un baño. Salgo de allí y es un burdel de la 18 con Octava, Video Show. Por algo dicen lo de los túneles del centro. Yo conozco ese burdel, pista de baile, sillines blancos, tres pantallas con porno distinto en cada una y show cada quince; allí una vez estuve pesándome con una pereirana. Y ya encarrerado el ratón, me digo, la pregunto, nos echamos unos whiskys, bailamos salsita y termino el día muy contento con un polvo de reyes.

E. Soler Drago

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